30 de noviembre de 1791
En el acto de inauguración de la
“Sociedad Patriótica de Amigos del País”, Eugenio Espejo
proclama el Discurso a los Quiteños.
Señores:
Al hablar de un establecimiento que
tanto dignifica a la razón, no será mi lánguida voz la que se
oiga. Será aquella majestuosa (la vuestra digo), articulada con los
acentos de la humanidad. Si es así, señores, permitid que hoy hable
yo. Que sin manifestar mi nombre, coloque el vuestro en los fastos de
la gloria quitense y le consagre a la inmortalidad. Que sea yo el
órgano por donde fluyan al común de nuestros patricios, las
noticias preciosas de nuestra próxima felicidad.
Sí, señores, este mismo permiso hará
ver todo lo que el resto del mundo no se atreve todavía a creer de
vosotros, esto es, que haya sublimidad en vuestros genios, nobleza en
vuestros talentos, sentimientos en vuestro corazón y heroicidad en
vuestros hechos...
Vais, señores, a formar una Sociedad
Literaria y Económica. Vais a reunir en un sólo punto las luces y
los talentos. Vais a contribuir al bien de la Patria con los socorros
del espíritu y del corazón. En una palabra, vais a sacrificar a la
grandeza del Estado, al servicio del Rey, a la utilidad pública y
vuestra, aquellas facultades con que en todos sentidos os enriqueció
la providencia.
Vuestra sociedad admite varios
objetos. Quiero decir, que vosotros, por diversos caminos, sois
capaces de llenar aquellas funciones a que os inclinare el gusto u os
arrastre el talento: Las ciencias y las artes, la agricultura y el
comercio, la economía y la política no han de estar lejos de la
esfera de vuestros conocimientos. Al contrario, cada una, lo diré
así, ha de ser la que sirva de materia a vuestras indagaciones y
cada una de ellas exige su mejor constitución del esmero con que os
apliquéis a su prosperidad u aumento.
El genio quiteño lo abraza todo, todo
lo penetra, a todo alcanza. ¿Veis señores, aquellos infelices
artesanos que agobiados con el peso de su miseria se congregan las
tardes en las “cuatro esquinas” a vender los efectos de su
industria y su labor? Pues allí, el pintor el farolero; el herrero
y el sombrerero; el franguero y el escultor; el latonero y el
zapatero; el omniscio y universal artista presentan a vuestros ojos
preciosidades, o ¿la frecuencia de verlas nos induce a la injusticia
de no admirarlas? Familiarizados con la hermosura y la delicadeza de
sus artefactos no nos dignamos siquiera a prestar un tibio elogio a
la energía de sus manos, al numen de invención que preside en sus
espíritus, a la abundancia de genio que enciende y anima su
fantasía. Todos y cada uno de ellos, sin lápiz, sin buril, sin
compás, en una palabra, sin sus respectivos instrumentos, iguala sin
saberlo a veces aventaja al europeo industrioso de Roma, Milán,
Bruselas, Dublín, Amsterdam, Venecia, París y Londres.
Lejos del aparato en su línea
magnifico de un taller bien equipado, de una oficina bien proveída,
de un obrador ostentoso que mantiene el flamenco, el francés y el
italiano... el quiteño, en el ángulo estrecho y casi cegado a la
luz de una mala tienda, perfecciona sus obras en silencio y, como el
formarlas ha costado poco a la valentía de su imaginación y a la
docilidad y destreza de sus manos, no hace vanidad de haberlas
hecho...
Este es el quiteño nacido en la
oscuridad, educado en la desdicha y destinado a vivir de su trabajo.
¿Qué será el quiteño de nacimiento, de comodidad, educación,
costumbres y de letras...?
Los días de la razón, de la monarquía
y del evangelio han venido a rayar en este horizonte...
Quiteños, sed felices ¡Quiteños,
lograd vuestra frente a vuestro turno! Quiteños, sed los
dispensadores del buen gusto, de las Artes y de las Ciencias.